miércoles, 9 de marzo de 2011

Reflexiones del tiempo

Su barba casi llegaba a sus tobillos, y entre ella sus finos dedos rascaban el mentón, como una manera de expresar que algo pasaba por su mente.

A su seño levemente fruncido y su mirada perspicaz pronto se les unió una sonrisa, mientras veía al cielo girando sobre su cabeza, a más velocidad de la que pueden observarlo los seres.

Preguntándose sobre su identidad miro con que rapidez el sol se escondía tras la tierra, regalando unos últimos rayos como un premio extra al sacar de la visión su presencia. El mar estaba calmo, pero siempre en movimiento, y el Señor Tiempo voló sobre él dejando que la punta de su barba se remojara con el agua salada.

Recordó que en el universo también había hombres, ellos siempre le daban vueltas a las cosas, ¡tantas! como las que da la tierra sobre el sol. Rememoro un comentario que había escuchado una vez, de un hombre, uno de los pocos que entendía algo-aunque igual poco- de su existencia: “y sin embargo se mueve”, esas palabras tenían mas sabiduría de la que parecía a simple vista, ya que el Señor Tiempo pasaba toda su existencia reflexionando sobre su propia naturalaza.

“¿Quién soy?” Se pregunto por milésima vez, entonces vio, al sobrevolar tierras firmes, un ser, cuya raza poco le interesaba, estaba descansando bajo un árbol, completamente quieto, y se pregunto si su presencia le afectaba, se contesto que si, pues seguía envejeciendo, su sistema funcionando... pero luego se preguntó que pasaría si sus órganos dejaran de funcionar, “pues moriría” se respondió; ¿pero si sus células también se quedaran quietas?, ¿y si incluso los microorganismos de su alrededor se detuvieran?, ¿y si cada átomo dejara de girar?... ese ser estaría completamente ajeno a su presencia.

Por cierto tiempo este Señor Tiempo había caído en la ilusión de que el animaba las cosas, ese velo se lo había quitado de la vista hace ya mucho, pero recién ese día comprendía que quienes lo vitalizaban a él eran los seres, o más bien el movimiento. El era una ilusión, aunque un elemento casi tangible para todo lo existente, ya que si le preguntas tanto a un hombre como a una galaxia si existe el tiempo, te responderá que si, pero comprendía que eran los elementos manifestados los verdaderos dueños de su persona.

En ese momento entendió que la sabiduría que el hombre le atribuía, era en realidad simplemente su propia experiencia, que colectiva o individual les servia para moverse, para crecer. Y todos avanzaban, para eso se movían, todo los seres tenían alguna clase de meta... comprendió, en su experiencia, que probablemente los más confundidos fueran los hombres, quienes incluso llegaban a negar tener una finalidad, pero eso era una mentira tal como la muerte, que en su existencia había comprobado como la manifestación del cambio a un nivel tal, que la finita inteligencia de los hombres no lograba entender, pero igual los veía avanzar, quisieran o no... “si hay avance hay camino a transitar, y si hay camino a transitar a algún lugar debe llevar”, pensó el Anciano.

Se rasco la barbilla nuevamente mirando a las milenarias estrellas que comenzaban a observarlo, y se planteo la verdadera interrogante, “¿por que se mueve, por que vive, por que avanza?”. Pero como el Tiempo es ilusorio... tanto como nosotros y todo lo manifestado, no se pudo responder esta pregunta

jueves, 16 de diciembre de 2010

El objeto amado

El objeto amado no es la razón de amar, es la excusa para hacerlo, pues el amor en si vive en cada pecho y puja constante por salir a flote.
El objeto amado siéntase digno de ser la excusa perfecta para elevar el alma a los cielos, par ver la belleza en todas las cosas, para sentirse fresco bajo el sol, para gritar de alegría bajo una tormenta.
El amor se siente tan parecido a la muerte, pues el alma quiere escapara del tosco cuerpo y huir hacia la luz que lo llama, ya que el cuerpo es demasiado burdo y pesado para elevarse hasta el punto que desea el alma.
Y este se siente nadar en un mar profundo, buscando la superficie a donde pertenece, pero con un tobillo encadenado a una pesada ancla que no le permite alejarse de la tierra por completo.
Y entonces, cuando los dedos raspan el aire, el alma es conciente que lo amado no es el único objeto de su devoción, si no que en ese momento, en esa altitud, su corazón se explaya obteniendo el tamaño del mundo, y todos los seres pueden vivir en la felicidad que irradian sus ojos, no baja de categoría el objeto amado, todos los demás se elevan, no hay grados, no hay lejanía… solo unión.
Hasta los seres que parecen más insignificantes se vuelven objetos de amor, y se refleja un corazón en la mirada al observar las partículas de polvo iluminadas por el sol. Solo se ve lo bueno en lo malo, solo se ve la luz en la más profunda oscuridad, ya no hay soledad, pues el sentimiento es de unión con todo lo existente, con cada ser, con cada roca, con cada átomo… con cada alma.
Y se siente en las sienes una corona dorada, pues la riqueza es mayor que la de mil reyes, pues nada más que el sentimiento en si mismo nos es necesario. Y el diamante es tan hermoso como una rosa blanca, y el oro es tan valioso como una sonrisa entregada, todo es todo, la unión es la certeza única que nos embarga.
Y tras ese momento caemos nuevamente al suelo marino, con barro y algas, el objeto amado vuelve a confundirse con El Amor, pero valido es el sentimiento, el pecho deja rebosante, y en ocasiones nos ayuda a acercarnos a la finalidad ulterrima del amor: La Unión.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Piel con piel

Qué bien se siente el contacto piel con piel, la tibieza saliendo por los poros. Va mas allá de lo sexual, como la mayoría piensa, el “contacto” es una de las tantas demostraciones de cariño entre los seres, desde secar una lagrima en el rostro triste de tu amado, o que él entrelace los dedos en tu cabello sintiendo su suavidad…

El contacto físico es fascinante, el de la ropa en la piel, o hasta el de una sabana en verano, pues somos muchos los que no podemos dormir con el único cobijo del aire a nuestro alrededor.

Acariciamos a nuestros hijos, amigos, a nuestros gatos, y en ocasiones hasta las hojas de las plantas… buscando esa energía, ese “algo”, esa conexión que nos mantiene unidos siempre pero de la que rara vez somos consientes y la que en aun menos ocasiones somos capases de “sentir”.

Pero sin lugar a dudas que este es uno de los mejores contactos… piel con piel…

Los cuerpos desnudes en posición horizontal y los brazos aferrando otro cuerpo tibio, como si las almas se quisieran fusionar.

Cuantos al abrasar a esa persona querríamos poder detener el tiempo en ese instante, simplemente en la conciencia plena del abrazo, con los ojos llenos de lagrimas por la alegría de estar con a la persona amada, y la comodidad del encastre de los cuerpos como si fuesen creados simplemente para eso, para abrazarse y no soltarse jamás… solo borraría la desdicha de saber que en algún momento ese instante perfecto terminara, y el mundo, hasta ahora detenido, retomara su movimiento, que las lagrimas se secaran y las pieles se separaran volviendo a dejar de ser una.

Pero esta vez no…

Pues es el fin del mundo.

Ambos sollozamos abrazados mientras por las cortinas del departamento entran los últimos rayos de luz rojiza que veremos.

El suelo se mueve y las paredes comienzan a rajarse, pero nosotros solo nos abrazamos con más fuerza.

No sabemos si afuera el problema es el sol, los terremotos, un meteorito o los cuatro jinetes del apocalipsis… ya no importa, el mundo se acababa y nada podemos hacer.

Piel con piel, dedos entrelazados, la ultima calidez del sol, la aterciopelada caricia del viento… y nosotros.

Cumpliremos el sueño de todos los amantes de extender hacia la eternidad el abrazo amoroso, en una cómoda cama, en lo más feliz de la juventud, cuando aun el corazón está bastante intacto, receptivo y a flor de piel la emoción.

Piel con piel… la manera más perfecta de morir.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Las entrañas del universo

La luna era blanca y el cielo era negro… nada original.

Los pies danzaban y labios murmuraban… un humano normal.

Pero el cielo negro viendo caminar al humano quiso tener pies.

Y el humano, observando el cielo distante quiso ser él.

Y el humano de pies livianos, vio una avecilla oscura revoloteando bajo una lámpara.

Y el cielo le dijo “Se parece a ti”.

Pero el hombre miro su piel y no eran plumas, y sus brazos no eran alas, y sonrió… por un momento se había ilusionado.

El cielo señalo el corazón del hombre y repitió “se parece a ti”.

Mientras tanto la luna escuchaba todo con desazón, pues hacía años que extrañaba al viejo sol, y a pesar de ser la encargada de reflejar su luz, solo en algunos días, blanca, pálida, casi invisible, podía compartir el cielo con el amor de su vida.

Ella siempre lamento no tener luz propia para iluminar, pero reflejar la de su amado era digno y casi como estar a su lado.

Y los tres enamorados desenamorados se hicieron compañía y se volvieron un único llanto y se volvieron una única vida.

El universo en sus entrañas sintió un cosquilleo e irónicamente arqueo sus labios eternos, supo que dentro de él sufrían un cielo, una luna y un hombre. Su carcajada le dio varias vueltas al infinito “si todos estos ignorantes supieran que son partes de lo mismo”.

Que dos seres sufran por la lejanía es tan lógico como que la mano izquierda del hombre extrañe a la derecha el dejar de aplaudir.