domingo, 21 de noviembre de 2010

Las entrañas del universo

La luna era blanca y el cielo era negro… nada original.

Los pies danzaban y labios murmuraban… un humano normal.

Pero el cielo negro viendo caminar al humano quiso tener pies.

Y el humano, observando el cielo distante quiso ser él.

Y el humano de pies livianos, vio una avecilla oscura revoloteando bajo una lámpara.

Y el cielo le dijo “Se parece a ti”.

Pero el hombre miro su piel y no eran plumas, y sus brazos no eran alas, y sonrió… por un momento se había ilusionado.

El cielo señalo el corazón del hombre y repitió “se parece a ti”.

Mientras tanto la luna escuchaba todo con desazón, pues hacía años que extrañaba al viejo sol, y a pesar de ser la encargada de reflejar su luz, solo en algunos días, blanca, pálida, casi invisible, podía compartir el cielo con el amor de su vida.

Ella siempre lamento no tener luz propia para iluminar, pero reflejar la de su amado era digno y casi como estar a su lado.

Y los tres enamorados desenamorados se hicieron compañía y se volvieron un único llanto y se volvieron una única vida.

El universo en sus entrañas sintió un cosquilleo e irónicamente arqueo sus labios eternos, supo que dentro de él sufrían un cielo, una luna y un hombre. Su carcajada le dio varias vueltas al infinito “si todos estos ignorantes supieran que son partes de lo mismo”.

Que dos seres sufran por la lejanía es tan lógico como que la mano izquierda del hombre extrañe a la derecha el dejar de aplaudir.

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